Loris Malaguzzi...

"Trabajar con los niños quiere decir tener que hacer las cuentas con pocas certezas y con muchas incertidumbres. Lo que nos salva es el buscar y no perder el lenguaje de la maravilla que perdura, en cambio, en los ojos y en la mente de los niños. Es necesario tener el coraje de producir obstinadamente proyectos y elecciones. Esto es competencia de la escuela y de la educación”.

miércoles, 24 de octubre de 2007

REPARTO DE LAS RESPONSABILIDADES FAMILIARES

Malos tiempos aquellos en los que hay que explicar lo evidente y exigir lo que es de justicia, aquellos en los que sabemos lo que tenemos que hacer pero no nos da la gana esforzarnos por conseguirlo, aquellos en los que los hombres no parecemos dispuestos a demostrar el valor de asumir que nos da miedo y por eso no denunciamos (predicando con el ejemplo), lo que de explotación de la mujer por el hombre tiene el reparto desigual de las responsabilidades familiares. Quizás el mayor error haya sido esperar mucho del cambio de mentalidad y de la buena voluntad de los hombres en lugar de exigirlo en el campo del derecho.
El trabajo domestico nos afecta a todos los hombres, vivamos o no en pareja, todos lo tenemos planteado, tenemos ante él una posición provisional, y la mayoría lo vamos asumiendo progresivamente, por eso no deja de llamar la atención lo poco que los grupos de hombres discuten o elaboran sobre el tema. ¿Es qué en este caso el silencio no nos hace cómplices de una injusticia?, o es qué hablar obliga y en este caso se trata de la tarea que ocupa más tiempo, de la más cotidiana.
El caso es que yo creo que a los hombres nos interesa ponernos las pilas, y el delantal, porque sabemos que no es justo que las tareas domesticas tengan que asumirlas sólo las mujeres, por más que el sistema potencie la división sexual del trabajo asignando a los hombres el papel de proveedores y las mujeres el cuidado del hogar y de quienes en él viven.
Sabemos que no son criadas por naturaleza, que el sentimiento de culpa que muchos dicen sentir por esta situación no plancha las camisas, y que asumir responsabilidades es una forma de demostrar que las tenemos en cuenta, las valoramos y las queremos.
Cada día son más los hombres que acaban viviendo solos y tienen que cuidarse, y aunque no sea el caso aprendiendo a valernos por nosotros mismos estaremos más seguros de que convivimos con una mujer porque nos apetece y no porque necesitamos a alguien que sustituya a nuestra madre.
Llamar la atención que hombres que viviendo solos se cuidaban razonablemente bien, cuando empiezan a vivir con una mujer esta acaba haciéndoles sus tareas, en parte por que él delega pero también porque ella las asume aunque no se le exija. No vale decir que no nos enseñaron a jugar con muñecas, ni a limpiar o cocinar, que nuestras madres, abuelas o suegras, no consentían o no consienten que hagamos nada en casa, y no vale porque la lista de cosas que no nos enseñaron a hacer, o no querían que hiciéramos, pero que hemos aprendido y hecho porque nos ha interesado, o nos ha dado la gana, es tan larga que la excusa no se tiene en pie.
Culpar al machismo tampoco parece una explicación seria, porque no es una limitación genética, y en algún momento tendremos que asumir nuestras responsabilidades por lo que hacemos, o mejor dicho, en este caso, por lo que no hacemos. Decir que estamos cambiando pero a nuestro ritmo es olvidar que si no nos empujaran no existiría tal ritmo.
CAMBIOS EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES
La estructura familiar ha cambiado tanto que hoy parece más correcto hablar de familias, por aquello de que aunque la mayoría siguen teniendo un formato tradicional (madre, padre e hijos/as), a nadie se le escapa que cada día abundan más otros modelos: familias monoparentales (en general mujeres qué afrontan más o menos solas la maternidad), parejas de hecho, parejas de homosexuales, etc.
Incluso la familia tradicional esta muy cambiada, el número de sus miembros se ha reducido, el hombre esta dejando de ser el único proveedor de dinero, la autoridad indiscutible del padre va dando paso a unas relaciones más libres, igualitarias y democráticas (la mayoría de las decisiones significativas se toman de manera conjunta). De hecho no creo que el paro y las dificultades económicas expliquen por si solas que los jóvenes tarden más que nunca en irse de casa.
Hace poco cuando le pregunte a un grupo de hombres de un pueblo de Sevilla, que se quejaban de cómo eran sus padres, en qué se les parecían, me respondieron que se veían a si mismos como una versión suavizada de éstos. Hoy hay hasta padres angustiados por no poder dedicar el tiempo suficiente a sus hijos, por no saber que métodos usar para conservar cierta autoridad sin necesidad de imponerse, ni como educarlos para que acepten limites sin recurrir al castigo.
TRABAJO DOMESTICO
La ausencia de reparto del trabajo domestico esta resultando ser el pilar más resistente del Patriarcado (machismo) incluso en las parejas en qué trabajan los dos y ganan más o menos lo mismo.
Resulta difícil de entender que realizado por una empleada o empleado de hogar, una lavandería, un restaurante, un enfermero/a o un/a enseñante, nadie discuta que debe ser remunerado, pero si es realizado por una mujer en su casa, pese a su indudable valor cultural y económico, este trabajo no valga nada.
Se habla más de lo poco creativo que es el trabajo domestico (como si lo fuera el de un soldador o un empleado de banca), que de lo injusto que es que se le exija hacerlo gratuitamente a las mujeres. Si de lo que se trata es de que es muy desagradable, razón de más para compartirlo.
Cada día es mayor el número de mujeres que trabajan fuera de casa, porque muchas han buscado independencia y dignidad trabajando en la calle, o porque los agobios económicos de las familias modestas las obligan a garantizar otro salario. Con frecuencia pueden dar el mismo o mayor apoyo económico a la familia que el hombre, pero a pesar de todo no se ha transformado el reparto de tareas y responsabilidades domesticas y por eso se habla de la doble jornada.
La mujer se sigue viendo sobrecargada con una jornada de trabajo interminable. La mayor implicación del hombre en el cuidado de los hijos y las tareas domesticas está resultando ser un proceso tan lento y conflictivo, que es una de las causas principales del rápido crecimiento de las tasas de divorcio.
Se calcula que en España el trabajo no remunerado significa el doble que el remunerado, y el 80% de ese trabajo invisible lo realizan las mujeres, a pesar de que ya casi nadie opina que el estilo de vida ideal para las mujeres sea dedicarse a la casa.
La frase que asegura que “cuando un hombre y una mujer se emparejan él mejora su calidad de vida y ella la empeora” sigue reflejando una realidad indiscutible.
Sólo en ocho de cada cien familias españolas se produce un reparto importante, que no igualitario, del trabajo domestico, casi siempre en familias de clase media, con valores progresistas, en las que trabajan ambos cónyuges y sus ingresos son semejantes.
Pero incluso en aquellas parejas en las que ambos miembros dedican un tiempo parecido a estas tareas, la gestión suele recaer en las mujeres. Acostumbran a ser ellas las que están pendientes de lo que hay que sacar del congelador, lo que no se puede olvidar comprar en el supermercado, que los zapatos de la niña se le han quedado pequeños o que el niño necesita otros pantalones.
La gestión puede legar a ser sin duda lo que más estrés provoca porque obliga a tenerlo todo controlado, no tiene tiempo de inicio y fin, no hay forma de meterlo en la agenda, ni conoce vacaciones. Si lo que se busca es compartir tenemos que reconocer qué, por mucho que a uno le guste, tener que conducir siempre puede llegar a ser agotador. Ojo con confundir control con poder la reina de la casa no tiene más poder qué el de administrar bienes ajenos y atender las necesidades ajenas a cambio de algunas ventajas. No asumir sus responsabilidades domesticas tiene para los hombres la ventaja de disponer de tiempo libre, a costa del tiempo de la mujer sin tener que negociarlo, para su descanso o diversión, para jugar con los niños/as mientras la madre hace la cena, e incluso para responsabilizarla de lo que no le guste de lo que resulte de su educación (hasta del machismo de los niños). Tres datos sobre la juventud que me han llamado la atención: 1/. De cada 13 minutos dedicados a las tareas de mantenimiento del hogar, doce los trabajan las chicas y uno los chicos. 2/. Los hijos de familia con menos renta y formación educativa participan más que los de familias con más capacidad económica y académica, y 3/. Es en las familias donde el padre más colabora donde los hijos más se escaquean.
EL CUIDADO DE LAS/OS NIÑAS/OS
Nada es tan importante en su educación como el modelo que ven en nuestra conducta, si son niños por aquello de la identificación y si son niñas por que nos ven como ejemplo de lo que es un hombre. Con esto lo primero que quiero decir es que educan, y mucho, incluso aquellos padres que no se preocupan en absoluto de hacerlo.
En este momento, en que el modelo masculino tradicional está en crisis, nuestra responsabilidad es si cabe mayor que la de nuestros padres, porque la sociedad ya no presenta modelos homogéneos, sino que muestra la gran diversidad existente, y ante la confusión que esta puede provocar es necesario ayudarles a diferenciar y con ello a elegir.
Implicar a los hombres en la crianza de los hijos e hijas es importante para ellos porque con ello:
- Aprenden a cuidar y cuidarse, así como a ponerse en el lugar del otro para poder satisfacer sus necesidades.
- Tienen una oportunidad inigualable de desarrollar los sentimientos y su expresión, al tiempo que les sirve para ir perdiendo el miedo al ridículo ante criaturas que son esponjas afectivas y muy agradecidas.
- Descubren que paternidad responsable significa el establecimiento de relaciones igualitarias dentro del hogar (creo que es en Noruega donde los hombres están obligados a coger seis meses de permiso laboral para atender a sus hijos/as en los dos primeros años posteriores al nacimiento, y que Austria planea obligar jurídicamente a los hombres a compartir las tareas domesticas).
Fuente: José Ángel Lozoya Gómez en hombresigualdad.com, junio 1999

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