Loris Malaguzzi...

"Trabajar con los niños quiere decir tener que hacer las cuentas con pocas certezas y con muchas incertidumbres. Lo que nos salva es el buscar y no perder el lenguaje de la maravilla que perdura, en cambio, en los ojos y en la mente de los niños. Es necesario tener el coraje de producir obstinadamente proyectos y elecciones. Esto es competencia de la escuela y de la educación”.

domingo, 24 de junio de 2007

Autobiografía Neill Neill Orange Peel (Fragmento)


Hace años, Hetney, un niño de Summerhill, caminaba murmurando: "Neill Neill Orange Peel" (R: literalmente Neill Neill Cáscara de Naranja).

La frase tuvo éxito y ha perdurado más de 25 años. Actualmente, los niños me siguen cantando estas palabras, y mi reacción usual es contestarles: "Se equivocaron de nuevo no es cáscara de naranja, sino cáscara de banana".
Me parece que esta rima resume bien mi vida con los niños. Desde luego, podría ser el lema de Summerhill, si creyera en lemas. Estas palabras narran toda la historia de mi escuela y de mi vida. Nos muestran como pueden salvarse, o casi suprimirse, el abismo entre las generaciones, porque estas palabras no denotan hipocresía u odio, sino amor e igualdad. Si todos los niños del mundo llamaran a sus maestros cáscara de naranja o un equivalente, en mi correspondencia no habría muchas cartas que comienzan así:

"Odio mi escuela, ¿puedo ir a Summerhill?".

La rima del niño muestra lo innecesario de que un abismo separe a los alumnos de los maestros, abismo que han creado los adultos y no los niños. Los maestros desean ser pequeños dioses protegidos por su dignidad. Si actúan humanamente, temen que su autoridad se desvanezca y que sus clases se conviertan en un manicomio. Temen suprimir el miedo. Demasiados niños temen a sus maestros. Es la disciplina la que crea el miedo. Pregunten a un soldado si no teme a su sargento. No conozco a uno que no le tema.

La rima de Summerhill demuestra al mundo que una escuela puede abolir el temor a los maestros y el temor, más profundo, a la vida. Los niños no solo tratan a Neill con igualdad, alegría y amor, sino que a todo el personal lo consideran camarada y compañero de juegos. Los maestros no dependen de su dignidad, ni esperan diferencia por ser adultos, y su único privilegio social es que no deben obedecer la orden de ir a la cama. Su alimentación es igual que la de la comunidad escolar. Los niños les hablan de tú y rara vez les ponen sobrenombres, y si lo hacen, éstos son más bien símbolos de amistad e igualdad. Durante 30 años, George Corkhill, nuestro maestro de Ciencias, fue conocido como George, o Corks o Corkie. Todos los niños lo querían.
Hace años, en uno de mis libros escribí que cuando entrevistaba a un aspirante a maestro, mi prueba consistía en preguntar: "¿Qué haría si un niño lo llamara maldito tonto?". Hoy día continúo haciendo esta prueba, excepto que he suprimido el tonto (que nunca he considerado una grosería) y lo he cambiado por un adjetivo más popular.

Al transcurrir el tiempo, más me convenzo de que la principal reforma que requieren nuestras escuelas es suprimir el abismo entre jóvenes y viejos, y que ha perpetuado el paternalismo. Esta autoridad dictatorial causa al niño un sentimiento de inferioridad, que se perpetúa a través de su vida. Como adulto sólo cambia la autoridad del maestro por la del patrón.

Un ejército puede ser necesario, pero nadie, excepto un conservador demente, afirmaría que la milicia es un modelo de vida. Sin embargo, nuestras escuelas son como ejércitos, o algo peor. Los soldados por lo menos se mueven mucho, pero un niño permanece sentado la mayor parte del tiempo en una edad en que todo el instituto humano ordena moverse.

En este libro explico porqué las autoridades escolares tratan de restar vitalidad a los niños, pero la mayoría de los maestros no comprenden qué se oculta detrás de su disciplina y de "modelar los caracteres", y la mayoría no desea saberlo. La disciplina es algo muy fácil: "Atención... Descansen", son las órdenes de los cuarteles y de las clases.

"Obedezcan, obedezcan", dicen, pero la gente no obedece a sus iguales, sino a sus superiores. La obediencia implica temor, y esto debe ser lo último que se inspire en una escuela.

En los Estados Unidos, los estudiantes temen las malas calificaciones (calificaciones idiotas que no significan nada importante) o temen a no ser aprobados en los exámenes. En algunos países (Inglaterra se encuentra entre ellos, aunque me disguste admitirlo), aún se experimenta el temor al bastón o al cinturón, o el miedo a sufrir las burlas o el desprecio de maestros estúpidos.
La tragedia es que también los maestros sienten temor: miedo a ser considerados humanos, a ser descubiertos por la misteriosa intuición de los niños. Conozco bien todo esto. Diez años de enseñar en las escuelas públicas han destruido mis ilusiones sobre los maestros. En mi época, yo también me mostraba digno, distante y era partidario de la disciplina. Aprendí en un sistema que dependía del tawse, como llamábamos al cinturón en Escocia. Mi padre lo usaba y yo lo imité, sin pensar si actuaba bien o mal, hasta el día en que, siendo director, azoté a un niño por insolente. De pronto se me ocurrió pensar: ¿"Qué estoy haciendo? Este niño es pequeño y yo soy grande. ¿Por qué estoy golpeando a alguien que no es de mi tamaño?". Arrojé el cinturón al fuego y nunca he vuelto a golpear a un niño.

La insolencia del muchacho me rebajó a su nivel, ofendió mi dignidad, mi categoría de autoridad suprema. Me habló como a un igual, ofensa imperdonable; pero hoy día, 60 años después, miles de maestros se encuentran donde yo estaba entonces. Esto parece presunción, pero es la simple y pura verdad: muchos profesores se niegan a ser gente de carne y hueso.

Hace poco un joven maestro me contó que su director lo había amenazado con despedirlo, porque un muchacho lo había llamado "Bob". "¿Qué pasará con la disciplina, si usted permite tales familiaridades?", le preguntó. "¿Qué sucedería con un soldado que llamara Jim a su coronel?".

Neill Neill Orange Peel, es un título que puede disgustar a los profesores "sin vida"; pero lo comprenderán los estudiantes de todos los países, excepto en aquellas naciones donde a los niños no les permiten oír hablar de Summerhill.

¿Por qué recibo cientos de cartas de los niños? No por mi linda cara. La idea de Summerhill los conmueve en lo más profundo de su deseo de libertad, de su odio a la autoridad en el hogar y en la escuela, de su deseo de entrar en contacto con los mayores. En Summerhill no existe el abismo entre las generaciones; si existiera, no sería rechazada por mayoría de votos la mitad de mis proposiciones en las asambleas generales, ni una niña de 12 años podría decir a un maestro que sus clases son aburridas. Desde luego, un profesor puede decirle a un niño que es una calamidad. La libertad debe existir en ambos lados.

No deseo ser recordado como un gran educador, porque no lo soy. Si me recuerdan, espero que sea porque traté de salvar el abismo entre jóvenes y viejos, traté de abolir el miedo en las escuelas, traté de persuadir a los maestros de ser sinceros consigo mismos y quitarse la armadura protectora que han usado durante generaciones para permanecer separados de sus alumnos. Deseo ser recordado como un individuo común y corriente que creyó que el odio no remedia nada, y que estar en favor de los niños es la única manera de producir una vida escolar feliz, y posteriormente una existencia dichosa. Soy Neill, Neill, Orange Peel (R: un similar a nuestro maestro ciruela) para mis alumnos, y me gustaría serlo también para todos los niños del mundo. Soy alguien que confía en ellos, que cree en la bondad y en la ternura originales, que en la autoridad sólo descubre deseos de poder, y, muy a menudo, odio.

Pronto debo abandonar este valle de lágrimas, espero que las próximas generaciones, al considerar la educación de nuestro tiempo, se asombren de la barbarie, de su destrucción de las potencias humanas, de su insana preocupación por el aprendizaje formal. Lo espero, contra todo lo que me vuelve pesimista: las guerras, las persecuciones religiosas, los crímenes. Los que gritan que cuelguen a los criminales, ¿no advierten que quieren curar con una aspirina una apendicitis? ¿No reconocerá la sociedad que nuestro sistema represivo, aunado a la pobreza de nuestras calles, a nuestra falta de espíritu, a nuestra sociedad de consumo, son el motivo de que existan criminales y neuróticos?

Confieso a que veces dudo. Cuando pienso en el desafío de la juventud, me siento optimista. Al día siguiente, cuando leo los periódicos y me entero de las violaciones, los crímenes, las guerras y el racismo, me siento invadido por el pesimismo, pero creo que la ambivalencia es común a todos nosotros.
Alexander Sutherland "Orange Peel" Neill
Summerhill, 1972

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